martes, 17 de julio de 2012

Me quise hacer creer que había crecido, pero sólo había perdido la sonrisa

Esa furia gobernante oriunda de las ciudades, que solo tiene en su mochilita angustias y broncas por doquier, se va asfaltando a la realidad de uno a medida que las arrugas empiezan a preocupar. Jugar es tan lindo e ingenuo como desparramar y armar lo que sea (¿acaso de qué más se trata la vida?), aunque también es necesario: hurgar en los recuerdos de la infancia para rememorar un momento de juego a mí no me alcanza. Prefiero no tener un baúl cerrado y con anecdotarios de hace tiempo. No me conforma. Quiero sonreír y poblar el globo hasta cagarme de la risa.

“No dejamos de jugar cuando nos volvemos adultos; sino que nos volvemos adultos cuando dejamos de jugar”, dice un dicho huérfano de padre, pero criador de multitud de hijos. El horario, las corridas, la rutina, el vaivén del colectivo, las malas caras y las comidas rápidas son ladrones de sonrisas. De esa inseguridad es de la que hay qu