miércoles, 28 de agosto de 2013

Sambara, una caricia percutora

Entrar en el mundo sambareño es una experiencia necesaria. Con un ambiente enemigo de lo hostil y una conexión tremenda entre el público y la banda, superan la energía de cualquier recital masivo. Se palpa el disfrute que van sintiendo los músicos, porque a lo largo del show van transmitiendo placer y simultáneamente una locura obsesiva que atraviesa el cerebro para descansar, de repente, en una melodía estacionada.

La cuota que le aportan los que van a escucharlos es lo que motiva aún más a verlos en vivo. Las máscaras de plástico con formas de animales que se reparten antes de una canción en particular proyectan la intensidad que se genera tanto desde arriba del escenario hacia abajo, como desde la gente hacia los pibes que tocan.

Ese vaivén energético produce, por ejemplo, que durante largos minutos el público entero se ponga de cuclillas y viva muy sereno uno de los temas, y a la siguiente canción todo Niceto se apriete dejando libre el centro del lugar para que estalle un pogo multitudinario, duradero y frenético.

Sambara te enamora al primer intento de seducirte, porque tiene los matices necesarios para ablandarte y sacudirte. Sambara, amigos, es una droga.